domingo, 17 de mayo de 2015

Tanto que quema.

Hubo un momento, hace poco, que quise congelar en mi retina como una foto permanente.
Un momento, de amor obvio... Un momento de calor... 

De esos que no se si duran más de unos segundos, de esos que no se repiten seguido.
Que te estremecen las manos, y te hacen estirar los dedos. Esos que te dejan la mente en blanco.

Fue hermoso, y él lo supo. 
Para él también lo fue... Me lo dijo.

Lamentablemente, no nos bastó, ni ese momento ni aquellos que podemos llegar a repetir. 
Aunque no sean tan perfectos, siempre son placenteros. Pero no estamos bien.
Para nada bien, y el placer que fue hermoso, empezó a doler. A doler como un golpe directo al corazón, a doler como un corte, como si alguien estuviera sobre mi, aplastándome. 

Pero la rueda de nuestra suerte nos tiene presos, y el calor de nuestra piel no nos deja ir.
La inteligencia se borra del mapa de nuestros cuerpos y nos rendimos una y otra vez a lastimarnos así.

Los momentos se acaban y dejan de ser hermosos y placenteros. 
Las espaldas se chocan y aquel calor que me hizo estremecer, se convierte en un frío que llega a quemar, y me vuelve a endurecer, y ya no puedo dejarme llevar. 

Y en ese momento, es cuando me vuelve a mirar así, entre la gente, y no deja de mirarme, hasta que logra derretir eso que se enfrió y todo vuelve a estremecer nuevamente.


Hasta que finalmente, la cama nos queda muy chica y ya no  queremos vernos más, ya no nos deseamos más, y así nos alejamos, caminando los dos, uno para el Sur y el otro para el Norte.

Quizás.... algún día, nos volvamos a encontrar en el centro, después de haber caminando nuestro rumbo, y nos miremos entre la gente y volvamos a reconocernos en nuestro calor interior.
Pero hasta el momento, guardaré solo aquel momento intenso que supo regalarme.