Un momento, de amor obvio... Un momento de calor...
De esos que no se si duran más de unos segundos, de esos que no se repiten seguido.
Que te estremecen las manos, y te hacen estirar los dedos. Esos que te dejan la mente en blanco.
Fue hermoso, y él lo supo.
Para él también lo fue... Me lo dijo.
Lamentablemente, no nos bastó, ni ese momento ni aquellos que podemos llegar a repetir.
Aunque no sean tan perfectos, siempre son placenteros. Pero no estamos bien.
Para nada bien, y el placer que fue hermoso, empezó a doler. A doler como un golpe directo al corazón, a doler como un corte, como si alguien estuviera sobre mi, aplastándome.
Pero la rueda de nuestra suerte nos tiene presos, y el calor de nuestra piel no nos deja ir.
La inteligencia se borra del mapa de nuestros cuerpos y nos rendimos una y otra vez a lastimarnos así.
Los momentos se acaban y dejan de ser hermosos y placenteros.
Las espaldas se chocan y aquel calor que me hizo estremecer, se convierte en un frío que llega a quemar, y me vuelve a endurecer, y ya no puedo dejarme llevar.
Y en ese momento, es cuando me vuelve a mirar así, entre la gente, y no deja de mirarme, hasta que logra derretir eso que se enfrió y todo vuelve a estremecer nuevamente.
Hasta que finalmente, la cama nos queda muy chica y ya no queremos vernos más, ya no nos deseamos más, y así nos alejamos, caminando los dos, uno para el Sur y el otro para el Norte.
Quizás.... algún día, nos volvamos a encontrar en el centro, después de haber caminando nuestro rumbo, y nos miremos entre la gente y volvamos a reconocernos en nuestro calor interior.
Pero hasta el momento, guardaré solo aquel momento intenso que supo regalarme.